Absolutamente todos, desde el mismo momento en que nacemos, ya estamos ocupando un espacio que nos fue dado a partir del deseo de los otros. Ya sea que hayamos sido concebidos de forma planificada o no, un cúmulo de fantasías y expectativas provenientes de nuestros padres pende sobre nuestras cabezas como la espada de Damocles. Ellos, ni más ni menos que los primeros otros, sin querer habrán de proyectarnos sus deseos y nosotros los iremos incorporando. Desde luego, la sociedad a la cual pertenezcamos se encargará del resto. Y así llegaremos a creer, por ejemplo, que deseamos sacarnos buenas notas en la escuela, una pelota de fútbol, un oso de peluche, festejar cumpleaños, ir a la universidad, tener un empleo bien remunerado, casarnos y tener hijos, etc. De haber venido al mundo en otra cultura, gran parte de nuestros deseos hubieran sido diferentes. Un niño que se cría en el Tíbet, posiblemente, habrá de desear cosas muy distintas a las que recién mencionamos. De hecho, si te has criado en California o en Nueva York, no será raro que algún día sueñes con poseer un automóvil formidable. Pero si en cambio tu crianza fue en la India, quizás en lugar de un automóvil anheles ser el dueño de tu propio elefante. Y sin ir más lejos, aun dentro de nuestra sociedad occidental, los deseos han variado a lo largo de las generaciones. Décadas atrás, una niña habría ansiado crecer para convertirse en maestra o en un ama de casa tan ejemplar como su mamá. Años más tarde, las niñas soñaron con ser mujeres biónicas o maravilla, influenciadas por heroínas de series televisivas. Hoy por hoy, con ser supermodelos o ganadoras de algún reality televisivo. Con los niños, por supuesto, también ocurre algo similar. ¿Y no fueron acaso esos deseos cambiando a partir de lo que les fue siendo inculcado por los otros, por el afuera, por la cultura del momento?
Como lo ves, ya desde el comienzo, el deseo del otro coloca en nosotros una impronta. Nuestro gran desafío habrá de ser, a lo largo de la vida, cuestionar dichos deseos para determinar, por nosotros mismos, si en realidad queremos adecuarnos a ellos o no. Muchas personas, ya adultas, van por sus vidas cumpliendo con las expectativas que depositan sobre ellas los demás. Avanzan inexorablemente a ciegas, sin poder ver el faro de su propio deseo. Llevan adelante una vida que no tiene en sí misma existencia alguna. No se puede tener una existencia auténtica mientras se vive según el deseo de los otros. Y si no se tiene una existencia auténtica, ¿cómo será posible ser feliz? Para saber quién eres, primero tienes que descubrir qué quieres. Por esto mismo, sin importar en qué momento de tu vida te encuentres ni qué estés padeciendo o planificando, antes de seguir hacia delante con un nuevo paso, deberías detenerte e intentar responder esta pregunta: ¿Estás haciendo con tu vida lo que realmente quieres o simplemente haces lo que supones que tienes que hacer? Nunca serás feliz mientras persistas en dar la espalda a tu deseo.
Escuche aquí entrevista radial de Silvia Freire al Lic. Daniel Fernández:
Deja una respuesta