“En este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”, afirma un famoso y muy kantiano poema de Ramón de Campoamor, que nos da cuentas de cómo y cuánto una misma situación puede ser percibida de forma muy diferente por distintas personas. Sí, indudablemente todo depende del cristal, por lo cual la absoluta objetividad ante un suceso o problema que nos toque afrontar es imposible. Y así, la realidad ya no es la realidad sino apenas lo que nosotros creemos percibir.
Es sabido, claro, que en las estructuras psicóticas la conciencia de realidad está alterada. Un psicótico que cursa un delirio, vive en su propia realidad. No obstante, los llamados neuróticos o “normales”, aun muy lejos de un delirio psicótico, tampoco podemos ser plenamente objetivos ante las situaciones que la realidad nos presenta. Es indudable que cada uno de nosotros circula por la vida con un cristal delante de sus ojos.
Es curioso lo que ocurre con algunas personas frente a una simple aunque irregular mancha de humedad en la pared. Un fanático religioso podría creer que está viendo la imagen de la Virgen María o de otra divinidad, un obsesivo de la temática extraterrestre podría estar convencido de que ve a un alienígena, alguien que vive estudiando y persiguiendo fenómenos paranormales quizá creería haber descubierto allí una entidad fantasmal, y un escéptico posiblemente sólo vería la mancha de humedad. En tal sentido, podríamos considerar que el escepticismo es favorable a la hora de permitirnos mayor grado de objetividad. Sin embargo, incluso la persona más escéptica del mundo, mantiene frente a sus ojos un cristal.
¿De qué está compuesto este cristal? Del pasado que nos haya tocado vivir, de los sucesos traumáticos y malas experiencias que padecimos, también de las buenas experiencias, de los mandatos familiares que nos hayan marcado, de prejuicios, de fantasías, de nuestros deseos y temores, etc. Seguramente Sigmund Freud habría colocado en dicho cristal, en el lugar de mayor relevancia, a las experiencias vividas en los primeros años de la infancia. Y por cierto que la Psicología Cognitiva consideraría que en ese mismo cristal habitan un sinfín de creencias individuales. En resumidas cuentas, podríamos decir que dicho cristal está compuesto por nuestra propia historia.
Salvo excepciones, la gravedad de un problema no depende tanto de su propia magnitud sino de la que uno le otorga, dependiendo del cristal desde el cual se lo observa. ¿Cuál sería la actitud equilibrada para enfrentarlo? No minimizar sus efectos, pero tampoco sobredimensionarlos. Y, para ello, la clave residirá en cuestionar nuestro propio cristal. ¿Por qué ese supuesto problema es tal para nosotros? ¿Todas las personas reaccionarían de igual modo ante él? ¿Ese problema saca a la luz algún punto débil de nuestra personalidad? ¿Qué debería cambiar en nosotros para que ese problema no fuera tan significativo? Y lo más importante: ¿Podría ese problema ser una oportunidad para cambiar y para superarnos?
Escuche aquí entrevista radial al Lic. Daniel Fernández:
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