Uno de males de nuestro tiempo es lo que todos conocen como “estrés”. Por cierto, hay mucha confusión sobre este término y no siempre se hace referencia al mismo de manera acertada. ¿Qué es en realidad? ¿Puede a veces ser bueno y otras veces malo?
Partiendo de la base que, cada uno de nosotros, es en sí mismo una unidad que integra aspectos psíquicos, biológicos y sociales, diremos que el estrés es la respuesta generalizada de un organismo ante un estímulo que es vivenciado como alarmante. Dicha respuesta prepara a ese organismo para que lleve a cabo la acción adecuada, de manera rápida y con el fin de lograr cierta adaptación al medio. El estrés no es más que una respuesta emocional que moviliza aspectos fisiológicos diversos. Sin embargo, se debe tomar en cuenta que todos somos distintos, por lo cual no habremos de reaccionar igual ante un mismo estímulo.
Quien camina de noche por la ciudad y de repente es sorprendido por un grupo de maleantes que procura asaltarlo, obviamente vivirá una situación estresante. Ante el inminente peligro, de seguro habrá una alteración del ritmo cardíaco y subirá la presión arterial, a la vez que el hipotálamo producirá más adrenalina y las glándulas suprarrenales liberaran mayor cantidad de cortisol. Es así cómo una situación de tensión emocional genera, a modo de respuesta y de forma rápida, cambios a nivel fisiológico que nos preparan para reaccionar ante el peligro, ya sea mediante la huida o la defensa. ¿Se puede pensar entonces que el estrés es malo? De ninguna manera. De hecho, resulta imprescindible para que podamos subsistir.
El problema reside en lo que ocurre cuando alguien está sujeto a una situación de estrés por un período prolongado. Es ahí cuando los cambios fisiológicos provocados dejan de auxiliarnos y empiezan a perjudicarnos. Estar expuesto durante largo tiempo a una situación de estrés es lo que puede derivar, más tarde, en una profunda depresión. También hay quienes asocian, incluso, largos períodos de estrés con enfermedades cardiovasculares u oncológicas. Lo que es seguro es que nuestro organismo no está preparado para padecer de estrés de manera constante. Y es a esta forma de estrés prolongada, que deja de ser beneficiosa y se transforma en patológica, a la que denominamos “distrés”.
Desde un punto de vista médico, suele recomendarse que quien padece distrés procure mejorar su alimentación, realizar ejercicios físicos, descansar más, etc. Pero dichas recomendaciones, aunque buenas, no habrán de ser suficientes. Desde un punto de vista psicoterapéutico, es fundamental que el paciente identifique la causa de su distrés y la elimine. Ya luego habrá que realizar un análisis más profundo para identificar si hubo alguna razón que, a nivel inconsciente, predispusiera a la persona a ubicarse de determinada manera frente a los otros. La relevancia de esto último reside, básicamente, en llevar a cabo una labor preventiva que tenga por fin impedir la posible repetición y lograr un cambio en la posición de ese sujeto frente a la vida.
Escuche aquí entrevista radial al Lic. Daniel A. Fernández:
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