No cabe duda alguna que todas las épocas han traído su propia dificultad, que siempre hubo crisis y problemas y duelos. Pero sucede también que la era en la que hoy vivimos tiene sus particularidades y que somos sujetos insertos en esta sociedad, por lo cual nos vemos afectados por esas particularidades. En tal sentido, también podemos pensar el concepto de depresión en relación a esta posmodernidad que nos toca.
Si hay algo que caracteriza nuestra era es el individualismo, la caída de los valores, haber otorgado al dinero y a lo material la jerarquía de un valor, la cultura del aquí y ahora, el culto de la imagen y la frivolidad y la consecuente búsqueda de la eterna juventud, la falta de credibilidad en las instituciones, etc. Todos quieren mostrarse, estar en vidriera, validándose a sí mismos a partir de lo que tienen y no de quiénes son. Hay personas que, incluso, buscan la fama por la fama en sí misma, sin mérito alguno. De ahí el surgimiento de tanto reality show televisivo a nivel mundial. Parecería que la falta de credibilidad en un futuro incrementa el vacío existencial del individuo, quien condenado a un eterno presente procura satisfacer su vacío a través del consumismo desenfrenado. Y, desde luego, esto no resulta suficiente y es así cómo la angustia se hace presente.
La angustia existencial es, sin lugar a dudas, un condimento que alimenta muchas veces la depresión de un sujeto. Quien desea encontrar un futuro, un proyecto de vida, dentro de una sociedad que todo el tiempo dice que no hay futuro, puede que busque algo que satisfaga ya. Es así, como procurando tapar aquel vacío del que brota la angustia, que muchos caen en conductas adictivas (drogas, alcohol y otros excesos).
Podríamos considerar que esta posmodernidad puede, de alguna manera, ser disparadora de un proceso depresivo o acrecentar la depresión que ya padece un sujeto. Gilles Lipovetsky (filósofo y sociólogo francés), quien definiera a esta era como “la era del vacío”, en una entrevista en la ciudad de Bogotá advirtió que mientras la sociedad se dirige más hacia lo frívolo es que se vuelve más ansiosa, lo cual se manifiesta en un aumento de la depresión.
¿Qué hacer entonces ante esta posmodernidad y sus exigencias de belleza, juventud y éxito? En principio, dejar de compararnos con los supuestos modelos que impone la sociedad, y comenzar a cuestionar sus parámetros, asumiendo nuestro vacío existencial y entendiendo que no podrá saciarse con objetos o placeres transitorios. Dicho vacío persistirá a menos que le encontremos un sentido real a nuestra existencia, sentido que habrá de variar en cada sujeto y que corresponde, por lo tanto, a una búsqueda individual. Pero semejante búsqueda no habrá de ser fructífera si somos dominados por el paradigma de esta era y no apartamos la mirada de nuestro propio ombligo.
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