Todo ser humano requiere de los otros. Somos seres sociales y esto conlleva una necesidad de vincularnos. No obstante, hay quienes en su afán de pertenecer a un grupo son capaces de aceptar cualquier rol dentro del mismo. Generalmente estas personas que, para acoplarse al resto, dejan de lado su real identidad y pasan a asumir la que les resulte más conveniente, terminan ocupando en un grupo el papel de chivos expiatorios. Esto significa que son utilizados por los otros, consciente o inconscientemente, para canalizar en ellos aspectos negativos. De este modo, se tiende a culparlos, a menospreciarlos. En definitiva, a usarlos. Si alguien tiene tal desesperación por ser aceptado por los demás, a punto tal que acalla su verdadera personalidad, no hará más que desvalorizarse y quedará reducido del rango de persona para pasar a ser un títere.
En primera instancia, podríamos decir que quien obra de tal modo lo hace a la espera de una recompensa. ¿Cuál? Ser aceptado, ser valorado, ser amado. Es decir, recibir de los demás una reacción positiva que lo haga sentirse más feliz. Desde luego esto no habrá de ocurrir. Una persona puede engañarse a sí misma por largo tiempo, pero no para siempre. El deseo individual pulsará por asomar a la consciencia y habrá de confrontarlo con la realidad, generándole frustración e insatisfacción. Tal vez, cuando eso ocurra, se dé cuenta que está pagando un alto precio por pretender una valoración que además no recibe. Estas moldeables personas, dependientes y ávidas de obtener la aceptación ajena, acostumbran ser además las candidatas ideales de cuanto psicópata quiera manipularlas.
Si bien dijimos que estas personas suelen llevar a cabo estas acciones porque buscan, a modo de recompensa, ser valoradas por los otros, lo cierto es que esto no encarna en modo alguno la causa original. La pregunta entonces sería: ¿Por qué tal desesperación por la aceptación ajena? A todos nos gusta agradar, pero no al extremo de que para lograrlo quedemos reducidos a la categoría de un objeto. Quien tanto anhela algo es porque no lo tiene, tal vez porque nunca lo ha tenido. Dicho de otra manera: quien menos se estima a sí mismo es quien más requiere de la estima ajena. Y por cierto, para encontrar el origen de una baja autoestima habría que profundizar en la historia personal del individuo.
La falta de afecto, de aceptación, de valorización por parte de los padres en la infancia de cada individuo, suelen ser con frecuencia las causas que determinan a futuro la baja autoestima de un adulto. Y esa mala autoestima se constituye en un tenaz obstáculo que se interpone en el camino hacia la felicidad. ¿Cómo habrías de ser feliz si ni siquiera te valoras a ti mismo? Es necesario que empieces a hacerlo. Ser feliz no depende tanto del afuera como sí depende del interior de cada individuo. Si tú mismo no te apruebas ni te estimas, la aprobación y estimación ajenas nunca habrán de ser suficientes. Todo empieza contigo, desde adentro hacia fuera.
Deja una respuesta